viernes, 7 de agosto de 2015

No deje el timón en manos de sus emociones exaltadas

Imagínese que usted está en un tránsito muy denso. Va a llegar tarde a una cita. De repente, pisacolas se acerca peligrosamente a su automóvil. “Me está siguiendo muy de cerca”, piensa usted, al tiempo que se le acelera el pulso. Luego un ‘saltador de carriles’ – naturalmente, sin hacer las señales – se coloca en frente suyo y por poco le obliga a salirse de la carretera. Usted se aferra al volante, intentando mantener la calma. A continuación un vehículo lento le obstruye el paso. El conductor conduce con pasmosa tranquilidad, sin importarle acerca de los que vienen detrás. Este es el momento en que se termina su paciencia… La ira se apodera de su timón (o volante); usted dice hostilidades en voz baja; siente deseos de empujar violentamente fuera de la carretera a esa “tortuga”, hace sonar la bocina y sus malos instintos le hacen maniobrar su automóvil – de aproximadamente 1500 Kg de peso – como si fuera Fittipaldi.

En síntesis, usted está poniendo de manifiesto las clásicas características de alguien que está conduciendo fuera de sí. Asume personalmente el comportamiento de otros conductores; usa su automóvil para desquitarse o enseñar una lección; ‘castiga’ con su bocina a sus vecinos; sigue muy de cerca e introduce su automóvil bruscamente en el otro carril para rebasar a otro. Puede que no le cobren una multa ni choque ese día; pero a pesar de eso, llega a su destino muy confuso, cansado y derrotado por la carga de sus emociones ‘primitivas’.

Es posible que la ira sea la emoción que más frecuente experimentan los conductores cuando están detrás del volante. Este, sin embargo, no es el único sentimiento que convierte a un buen conductor en un mal conductor. Cualquier emoción, por ejemplo el temor, la frustración, la depresión, el júbilo, la ansiedad y hasta un dulce sentimiento, puede perjudicar la conducción si estos sentimientos se convierten en algo tan dominante que pudiera distraer la atención, socavar el juicio e inspirar un comportamiento peligroso.

Si bien las multas del tránsito constituyen, indudablemente, una gran molestia, ésas no son las peores consecuencias. Los expertos concuerdan – y la mayoría de conductores también lo admiten – lo siguiente: la confusión y la distracción, más las emociones exacerbadas, contribuyen, en gran medida, a que los conductores cometamos errores.

Cualquier estado de ánimo que nos impida concentrarnos en la conducción es peligroso. Cuando es así, no préstamos atención a cosas tales como el tránsito, los peligros en la carretera, la velocidad o el conductor que va frente a nosotros.

Hasta un día en el trabajo puede tener consecuencias peligrosas en la autopista. Es fácil reconocer de qué manera las emociones influyen sobre el manejo, pero así cómo dominarlas cuando estamos detrás del volante. El permanecer conscientes de nuestro estado de ánimo es el primer paso crucial. Debemos siempre examinarnos cómo nos sentimos antes de conducir. El solo hecho de darnos cuenta de que estamos enfadados o airados, por ejemplo, puedo ejercer un efecto tranquilizador. Y no nos sentimos en condiciones óptimas para manejar, abstengámonos  de hacerlo.

Antes de introducir la llave en el arrancador, debemos inspeccionar nuestro radar interno para detectar todo el espectro de las emociones que pudiesen deteriorar las habilidades para conducir. Si estamos en tensión tras un día de trabajo lleno de dificultades, por ejemplo, debemos efectuar ejercicios respiratorios antes de arrancar el vehículo. Y si nuestro organismo está inundado con adrenalina porque nuestro equipo favorito salió campeón, detengámonos en alguna parte fuera del estadio y tomemos una bebida sin alcohol antes de entrar en el camino. Y si estuviéramos apesadumbrados ante la pérdida de un ser querido, podemos pedirle a cualquier otra persona o compañero que conduzca en lugar de hacerlo nosotros.

Debido a que el estrés con frecuencia puede encender emociones ardientes, debemos evitar cualquier cosa que pudiese aumentar su nivel. Asegurémonos de que el vehículo que vamos a conducir se encuentre en buenas condiciones mecánicas. Ya de por sí tenemos bastante de qué preocuparnos sin tener que hacerlo porque los frenos no están funcionando bien o porque el nivel de combustible está amenazadoramente bajo. Es también muy importante el dejar un margen suficiente de tiempo para llegar a nuestro destino. El hecho de tener que apurarnos para no llegar tarde crea una situación innecesaria.

El conducir con excesiva rapidez por ir con retraso probablemente causa más choques que cualquier otra cosa. Ese problema empieza antes de subirse al vehículo. Es cuestión de planeamiento, programación y manejo del tiempo.

Si estamos retrasados, comprendamos que el manejar con rapidez y agresivamente no nos hará ganar mucho tiempo. Lo único que logrará, posiblemente, es consumir más combustible, desgastarnos emocionalmente y crearnos más estrés.

Como les he dicho en otras ocasiones, el conducir por placer o por necesidad no es en ningún caso una prueba automovilística en que nos sometemos a un examen de nuestra pericia y agresividad.
Siempre que debamos conducir, tanto sea en nuestra vida privada como por necesidad de trabajo, tengamos presente que no podemos de ninguna forma cambiar o alterar las emociones de los otros conductores, pero lo que sí podemos hacer es alterar nuestras emociones, o por lo menos ajustarnos a ellas. Si no podemos adecuar la conducción a nuestras emociones internas, no debemos conducir.